Es una tranquilidad, para nosotros como padres, que el COVID-19 no conlleve mucho riesgo físico para los menores. Pero la situación de confinamiento conlleva riesgos emocionales y para estos, los pequeños sí que están igual de expuestos que nosotros o que nuestros mayores.
Más allá de la actuación de políticos, más o menos acertada, de sanitarios, cuerpos de seguridad y demás personas que están actualmente intentando sostener de la mejor manera posible esta sociedad, nuestra labor como padres se circunscribe a las paredes de nuestra casa. Poco podemos hacer para acabar con esta situación, más que respetar las directrices. Pero tenemos otra misión muy importante para con nosotros mismos y para con nuestros hijos. Una misión compleja, en la que nadie nos puede sustituir o relevar. Una misión muy útil para la vida de nuestros hijos.
¿Cómo podemos aprovechar esta situación? ¿Qué partido podemos sacarle al confinamiento para la educación de nuestros hijos? ¿Puede ser esto útil para su futuro? Está claro que no hay mejor aprendizaje que el que se produce en el propio contexto de aprendizaje y aquel que está cargado de emoción. Por lo tanto, es una oportunidad para dotar a nuestros hijos de herramientas y estrategias para afrontar cualquier tipo de crisis, situaciones complejas, difíciles, que seguramente se repetirán a la largo de sus vidas.
El mayor peligro es centrarnos en ocupar su tiempo con actividades, tareas y quehaceres. Fijarnos como único objetivo que no se aburran y mantenerles ocupados es un error. Es importante mantenerles ocupados, organizarse y planificarse, claro, pero no es sano ocuparse en otras cosas para no pensar en los problemas. Es importante también centrarnos en las emociones, dejarlas salir, sentirlas y reflexionar sobre ellas. Que nuestros hijos expresen, en esta situación, qué es lo que anhelan, que les gustaría hacer y no pueden. Que nos hablen de lo que sienten encerrados en casa, de sus miedos al virus, de sus inquietudes. Y esta expresión emocional, si es validada por nosotros, si no la juzgamos, si simplemente nuestra respuesta se limita a un “te entiendo”, “es normal sentir eso”, estaremos enseñándoles algo grande. A conectar con sus sentimientos, a expresarlos y a no sentir que es “malo” sentir emociones negativas.
Este paso es muy difícil como padres, porque nuestra primera reacción siempre es intentar que no sientan nada malo, que no lo expresen, cambiarles esa emoción. Pero tranquilidad, no hay que apresurarse. Respondiendo con frases como “no es así”, “no digas eso”, “no sientas eso”, “no deberías sentirte así, hay otras personas peor”, solo estaremos enseñando al niño a no expresar sus emociones. Es a lo que enseñaron a nuestra generación.
LAS PERSONAS QUE NO SON CONSCIENTES DE SUS EMOCIONES ESTÁN CONDENADAS A ACTUAR EMOCIONALMENTE, DE MANERA IMPULSIVA Y POCO REFLEXIVA. Parece una paradoja, pero así es. Si no somos conscientes de lo que sentimos, nos veremos actuando y tomando decisiones que serán fruto de nuestro miedo, nuestra rabia, nuestra euforia…
Una vez que el niño es consciente de sus emociones y es capaz de expresarlas sin temor, abiertamente y sin reproche alguno, pasamos a la segunda parte del aprendizaje. Que no es otra que enseñar a aceptar y a manejar esas emociones. Así otorgamos sensación de control, orden y expectativa de mejorar a nuestros pequeños. Es decir, si sentimos nostalgia, miedo, rabia… Qué podemos hacer para mejorar esa emoción. Si nos sentimos mal, y me doy cuenta, puedo cambiar la situación y así sentirme mejor, es simple. Y si no puedo cambiar la situación, porque no siempre podré, como es este el caso, entonces, lo que sí que está en nuestras manos es mejorar la emoción.
Si siento nostalgia por un amigo, y me doy cuenta, puedo llamarlo, hacerle una videollamada para jugar con él/ella a algo. Escribirle un mensaje o prepararle un regalo para cuando lo vuelva a ver. Si siento rabia por no poder salir al parque, me daré cuenta de que mis otros amigos tampoco pueden, tendré que ingeniármelas para buscar acciones que me ayuden a descargar esa rabia o canalizarla, haciendo una lista de las cosas que haré cuando se acabe el confinamiento, haciendo ejercicio en casa, subiendo a la azotea o saliendo al balcón…
En definitiva, qué mejor manera de aprovechar esta situación, que dotar a nuestros hijos de herramientas emocionales para afrontar las crisis. Qué mejor manera que dotarles de herramientas emocionales para que sean personas más felices.
Juan Francisco García González
Psicólogo